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lunes, 30 de julio de 2012

AMAPOLAS AL VIENTO


Todas las alarmas saltaron cuando crucé a través del escáner del control de seguridad del aeropuerto.  La cantidad de metal detectada por la máquina  indicaba una posible amenaza y la reacción de la guardia de aduanas fué inmediata. El vigilante cacheó  mi cuerpo palpando con frialdad su anatomía hasta que las yemas de sus dedos se hirieron con los extremos acerados de mis prótesis metálicas a través de la fina capa de latex de los guantes. Yo no paraba de repetirles lo de mi operación y los implantes  que llevaba conmigo, pero los guardias no cesaban en su empeño por hallar el origen del enervante sonido que de modo irritante surgía de la consola de control.  Finalmente, me llevaron a una lúgubre sala donde quedé desnuda. Pensaba que se contentarían con introducirme un dedo enfundado en un guante a  través de la vagina y el ano, pero el detector de metales había hallado  bajo mi piel algo que despertaba su curiosidad y el misterio debía ser desvelado.

 Al cabo de un rato, el cirujano, empuñando un afilado bisturí, desgarró la envoltura de latex y goma virgen que cubría mis senos mostrando en medio de mis gritos de horror e impotencia  el implante robótico que me mantenía con vida desde aquel día aciago en el que acerté a pasear junto a aquel maldito coche-bomba. En un instante, perdí los pulmones, el brazo, el corazón, los intestinos y en cierto modo la vida. Cuarenta dias de quirófano dejaron tras de sí  un entramado de tubos de vinilo soportados por una carcasa de metal brillante engarzados a venas y arterias alrededor de dos pulmones artificiales de silicona comandados por circuitería servomotorizada  y  una bomba de membrana que pulsando de modo rítmico bombeaba la sangre al resto de mi cuerpo.

A pesar del rechazo que causa mi apariencia semimetálica, sigo siendo una persona. Un ser humano herido por la locura de la guerra  y reparado a base de implantes mecánicos  que me mantienen con vida. Cada noche he de enchufarme a la red eléctrica para recargar mis baterias y obtener con ello un dia mas de existencia en este mundo, pero ellos repudian mi invalidez y carencias tildándome de monstruo, mitad robot y mitad ser humano. Para ellos, tengo un nombre. Soy un Cyborg.

Muy a su pesar sigo siendo una ciudadana norteamericana, con pasaporte en vigor y no pueden retenerme en la aduana demasiado tiempo, aunque he de soportar las miradas acusadoras de aquellos que me contemplan como una criatura escapada de un macabro espectáculo circense. Especialmente porque la pequeña María me espera en la sala de embarque del aeropuerto, custodiada por un guardia que justo en este instante acaba de abandonar su puesto para ir al botiquín a consecuencia de una repentina hemorragia nasa, dejándola sola.

Finalmente, el avión hacia Los Angeles ha despegado y María juega feliz junto a mí,  emborronando de colores un cuaderno con los lápices que la azafata ha traido amablemente. Mi mano metálica acaricia su pelo.  Es una niña preciosa, de apenas doce años y una embriagadora sonrisa que, después de todo lo acontecido,más allá de las visicitudes que encontramos en el pasado y ahora afloran en mi memoria,aún mantiene radiante. Toda una suerte tener esa facilidad para olvidar, para esconder el pasado en  la recámara más oscura de la mente.

El helicóptero sobrevolaba un terreno devastado. Un desierto polvoriento se agitaba bajo sus aspas. La tierra calcinada se abría agrietándose. Todo era desolación. Las plantas se habían marchitado y de sus tallos erosionados emanaba un pestilente halo de humo blanco, el mismo que se desprendía a través de las cuencas vacías de ojos y bocas abiertas de  cadáveres de animales y personas tras la detonación de la bomba bacteriologica.  El virus  XVH2 era muy potente, pero de corta vida. Consumía tan rápido y de modo tan letal las células de los seres vivos que  acababa desapareciendo una vez que el portador se extinguía.  

De pronto, en medio del páramo, cubierta con una capa de polvo de ceniza, encontraron a María. Vagaba sin rumbo, sujetando entre sus diminutos brazos el cadáver de un cachorro de perro consumido por la descomposición. El virus no la había matado. Había sobrevivido milagrosamente a los efectos de la bomba. Ignorando las advertencias de seguridad, el helicóptero aterrizó y Andrés rescató a la pequeña María transportándola en brazos hasta el interior de la cabina. Tras un examen médico y ocular pensaron que el virus no la había afectado. Andrés se quitó la máscara del traje NBQ y cruzó con ella unas palabras.


Cuando la sangre manó de la nariz de Andrés, tiñendo de rojo el suelo del helicóptero, nadie podía imagirar que a las 48 horas estaría muerto . El virus XVH2 había mutado en el interior de la niña a una cepa menos virulenta, que se extendía por el aire y resultaba letal para personas y animales.

Los médicos de la aldea  carecían de trajes NBQ de supervivencia, por lo que  decidieron abandonarla en un pozo seco alejado de la población al que de vez en cuando se acercaban protegidos mediante velos empapados de agua con lejía para suministrarla alimento. María permaneció más de un mes en ese pozo, hasta que las noticias de la niña superviviente al XVH2 llegaron a mi pais y los militares me enviaron con la misión de conducir a la niña hasta un piso franco en donde un grupo médico habría de investigar el origen de su inmunidad.

Recuerdo el día en que la saqué del pozo en donde la mantenían con vida, rodeada de cadáveres de animales que ocasionalmente descolgaban desde el brocal para que se sirviera de su compañía. Ningún ser vivo duraba mucho en su presencia. Pero  mis carencias como  humano resultaban también un escudo ante el temible virus, ya que los filtros instalados en la aspiración de mis pulmones artificiales  eliminaban con total eficacia al terrible parásito.

   María se pasaba la vida frente al televisor, viendo entre el paréntesis de analíticas y exámenes médicos a la que diariamente era sometida,  aquellos dibujos animados en donde Alicia caía a través de una interminable madriguera de conejo tras el gazapo del reloj  para encontra en su fondo un nuevo mundo, con el sombrerero loco, los gemelos Tweedledee y Tweedledum, la oruga fumadora o el escurridizo gato invisible. Tampoco faltaban el simpático ratón, el perro parlante de aspecto desaliñado, el pato malhablado, la sirenita,  y todos aquellos seres animados que constituían su único contacto con la realidad, conformando un mundo sin maldad construido a base de color.

Finalmente me ordenaron matarla, de un modo limpio y aséptico sin que su sangre se derramara por el suelo. Una tarea facil para un cyborg. Una criatura metálica sin corazón debiera ser despiadada, pero yo no fui capaz de llevar a cabo el sacrificio. Algo en la mirada de aquella niña detuvo mi mano y provocó una descontrolada reacción química en mi cerebro. En lugar de eso, maté a todos los médicos y juntos desaparecimos del lugar en medio de una alocada fuga.

El avión ha aterrizado. María y yo hemos llegado Finalmente al castillo de los sueños, donde la Bella Durmiente acostumbraba a danzar al ritmo de alegres valses antes de que las sombras poblaran el reino. Contemplamos sus altas torres de techos cónicos azules y banderas triangulares ondeando al viento, sus  paredes rosadas , engarzadas con terrazas doradas y los tapices izados sobre  farolas que circundan el camino de acceso a través del puente de piedra que conduce al patio interior por el  paso levadizo.  Adornos multicolores cuelgan de las murallas, iluminadas con un inmenso rosario de pequeñas luces blancas, descolgándose entre  las almenas como espuma de hielo fluorescente.

Se acerca la navidad. La carroza de Santa Claus se desliza por el amplio paseo  jalonado de abetos navideños engalanados de guirnaldas,  luces y bolas de colores. Los niños la vitorean al pasar. Santa Claus rie burlón desde su trineo gigante  remolcado por renos que andando sobre dos patas arrojan caramelos al publico. Principes y princesas tomados de la mano desfilan junto a la carroza de un gran muñeco de nieve, en donde  gira sin cesar una bailarina de tutú blanco escoltada por una división de soldaditos de plomo desfilando al son de la banda de música,  con sus uniformes blancos y rojos repletos de botones dorados a juego con el brillo de los instrumentos de viento que suenan sin descanso.

María grita feliz, excitada por aquella explosión de música y color que invade sus sentidos. Su cuerpo menudo se agita entre una melé de crios  agachados que pugnan entre ellos por el dulce botín de caramelos que pueblan el suelo. Nunca la he visto tan viva como en estos momentos. Su goce me hace pensar que el viaje ha merecido la pena.

Pasamos el resto del dia visitando la montaña rocosa Matterhorn, deslizándonos en barca a través de canales acuáticos, visitando el exótico mundo submarino, el mundo de los piratas y la mansión encantada.

 Por fin se ha hecho de noche. Esqueletos mariachi, con sombrero mexicano  y un toque navideño cantan frente a nosotros tocando la guitarra, maracas, xilófono y contrabajo en conmemoración al dia de los muertos. Brillantes fuegos artificiales multicolores iluminan  el firmamento nocturno. La tierra del pirata y el pato, el perro y el gato. De Alicia y Aladino. El lugar donde los sueños se hacen realidad. María corre enfundada en su gorro con orejas de ratón por el recien estrenado camino  que conduce hasta Oz, nuevo y reluciente, cuyo lustre amarillo se llena cada segundo de manchas rojas como un prado de amapolas en el estío y yo siento que la amo, que está más cerca de mí que ninguna criatura. A su paso, el mundo languidece bajo la sombra de seres sangrantes, olvidados de la naturaleza, corrompidos por dentro. Ellos son los monstruos, los que crearon el XVH2, los que lo lanzaron sobre una población indefensa jugando a ser dioses, sin pensar que de algún modo, la naturaleza siempre devuelve los golpes.

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